Por Álvaro Murillo en elpais.com

El mundo entero sabe lo que es el oro, pero no el diay. Es una interjección, que no un adjetivo, repleta de resignación, de decepción, de conformismo, de consecuencia obvia, pero también de reclamo según se use. Y mire que es difícil captarle el tono, dicen los extranjeros cuando ya han logrado entender los significados y, por tanto, la forma de ser tica.

Dice el diccionario que diay es poco menos que una navaja suiza: sirve para expresar afirmación, interrogación, admiración, ignorancia o desconocimiento. Y también es una forma de saludar.

Es cierto, pero en las calles de San José, en los atracaderos del Pacífico, en la humedad del Caribe o en la confusión de la frontera con Nicaragua, el diay abunda como única forma de decir algo cuando no se sabe qué decir. Nadie quedará comprometido y siempre queda un suspenso, un espacio en blanco para llenarse después o, mejor aún, para que lo llene otra persona.

Quizá pasa esto con un polémico proyecto minero en un país donde la minería metálica es tan marginal y presuntuosa como la industria aeronáutica. Costa Rica es una tierra que nunca ha sido rica en metales. En tiempos de la colonia era tierra inválida: ni oro ni mano de obra indígena. Eso explica el desarrollo con menos desigualdades sociales en relación con los países vecinos. Hay menos abolengo. O el que hay es menos rancio. Lo ciertísimo es que el oro es cosa rara y su extracción se asocia más al orero, el que se gasta las horas en los ríos buscando el oro de forma artesanal.

Lo que viene no es una cuadrilla de oreros. El proyecto se llama Crucitas y pertenece a una empresa de capital canadiense (Industrias Infinito, SA) que acumula años tramitando sus permisos para comenzar la exploración en una zona boscosa y que en estos días despliega una intensa campaña publicitaria para intentar contrarrestar el considerable rechazo en una sociedad autodefinida como ambientalista. El Gobierno anterior lo declaró de interés público. La nueva presidenta, Laura Chinchilla, decretó la moratoria de nuevos proyectos, pero evitó la ruptura del contrato ya firmado con Crucitas porque, diay, podría provocar una demanda internacional millonaria.

El proyecto está ahora paralizado en instancias judiciales. La presión de grupos sociales y políticos se mantiene. Están organizando una caminata desde la capital hasta Crucitas, paso a paso los 170 kilómetros. La empresa inyecta más y más dinero en publicidad. El Gobierno hace malabares para no contradecir su discurso ambiental. La opinión pública mayoritaria parece estar opuesta, pero una manifestación masiva en Costa Rica es casi utópica. Todos tienen su propio diay.

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