Por Lucía Villa Colaboradora en nacion.com

“Me quedo perpleja. Quisiera pensar que hay algo bueno detrás, pero me cuesta, yo ya no tengo inocencia en ese lugar”, lamenta desde el otro lado del teléfono Anacristina Rossi.

La autora de La loca de Gandoca (1991), novela de denuncia sobre los comienzos de la urbanización del Refugio de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo y una de las mayores defensoras ambientales de la zona, dice no encontrarle sentido a la demolición de los hoteles.

“Las Palmas (el hotel) es nada a la par de los daños que hay en ese refugio y todo el mundo se hace el tonto. Todos los humedales están siendo drenados, todo se lo vuelan, todo lo cortan.

“En un refugio que está siendo eliminado de hecho y que quieren eliminarlo de derecho, la demolición no la entiendo, no entiendo por qué uno no y el resto de la destrucción sí se puede. ¿Por qué todas las demás denuncias no han prosperado?”, pregunta la escritora.

Para Rossi, nada ha cambiado desde la publicación de su libro. “Todo sigue igual o peor”, afirma. Su causa la dio “por perdida” y se alejó de las luchas, según cuenta, tras las amenazas de muerte recibidas en el 2005.

Tan solo conserva una última esperanza para salvar el refugio, materializada en una acción legal interpuesta por una amiga para que el área sea declarada como humedal.

No cree en ninguno de los planes de manejo que hay en la zona, pues los considera “maniobras de los empresarios” y sigue pidiendo al Ministerio de Ambiente un estudio de capacidad de carga. Pero no tiene esperanzas: “Hay muchos intereses económicos, siempre los hubo”.

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