Por Mauricio Alvarez; docente de la Escuela de Geografía de la UCR y coordinador del Programa Kioscos Socioambientales UCR [1]

Acercarse a la trocha fronteriza es surcar la geografía de la deshumanización más cruda y real que experimentan miles de inmigrantes que llegan en búsqueda de trabajo y superación a Costa Rica.  En muchos casos son víctimas de coyotes, de traficantes de injusticas y complejas redes ilegales que van por los pueblos de hambres de Nicaragua, van con sus cuentos y “cuentas de vidrio” prometiendo a los hijos de Sandino la “pura vida”: el trabajo y la paz.

Los contratos y promesas se desdibujan al cruzar una frontera imaginaria en un bus escolar destartalado que no es la infame “bestia”, nombre con el que ha sido bautizado el tren de carga que lleva literlamente colgando a inmigrantes ilegales a la frontera de México con Estados Unidos

Como nos dijeron en la trocha, a los trabajadores que pasan la frontera en motos destartaladas los detienen y controlan, no así al bus que pasa por las ruinas de un puesto fronterizo que se cae a pedazos y está cerrado hace meses como si fuese metáfora del deterioro que vive el respeto a los derechos humanos.

Pero más que simbólico, es textual. La justicia está proscrita y es una ruina conveniente para las empresas que cada vez más se expanden en estas franjas, donde relatos feudales punzan de adentro para afuera.

De caminos polvorientos y de casas labriegas, les pregunto qué tal el día: ¡cansado!, dicen, acarrancamos a las 4 am”. Eso sí es puntual. Los tractores llevan a los trabajadores a los piñales donde miles de inmigrantes dejan el sudor injusto y sus años más vitales para que por un euro alguien disfrute la dulzura de la piña odiosa. Al finalizar la jornada ya no hay puntualidad la opción es esperar hasta que el tractor decida aparecer o caminar un largo trecho para poder llegar a las casas. Esto igual a veces de noche o de madrugada cuando es época de cosecha. 

—Días atrás se fueron unos vecinos que no aguantaron, venían de un pueblo tan pobre y alejado que ninguno sabía dónde estaba—. ¿Nueva Segovia o Chontales? salir de “Diantres” para llegar a “Diablales”, pensé. Ese territorio es un punto de fuga donde los mapas se quiebran en tiempo y espacio.

—Ellos no duran mucho. Los pusieron a deshijar en áreas donde ganaban 3000 o con suerte 4000 colones el día. Dejaron todo votado y se fueron para atrás. Ni para comer les alcanzaba. Nos dejamos los uniformes casi nuevos, son caros y valiosos—, nos dicen. Útiles, pensé, para no punzarse tanto con las coronas de las piñas.

Después me enteré que el tener un uniforme fue una conquista de una de las siete huelgas que se han encubado desde hace unos dos años en este pequeño “des-territorio” que dicen que si se llama Santa Fe, que me dicen también que es un asentamiento campesino, pero yo vi un desierto de piña con dunas de naranjales y unas cuantos pequeños oasis donde se refugian las personas y lo poco que no es monocultivo ¿bosque, humedales?, ¡lindos y muchos eran! Ya no hay nada. Apuntan: —La semana pasada secaron una laguna. Vieran el montón de zopilotes que alzaban todo lo que huía de las dragas y del entierro: guagipales, tortugas, bobos, ranas, peces y de todos los bichos, triste ver morir aterrados o ahogados”—, contaban con indignación.

Fuimos una pequeña parte de la historia que habita paralela, nos juntamos con los caminos de miembros de la seccional de sindicato SITRASEPEP, quienes nos relataron cómo ganaron su última huelga a inicios de año. Pude sentir cada uno de los privilegios que vivo desde la clase media, después de escuchar esta discontinuidad del más vil deprecio por la vida. Sin embargo, a pesar de la crudeza de sus opresiones, la vida tuvo sentido en aquel momento y que nos puso de cara a la más genuina dignidad de estas personas que con las más profunda humildad y sencillez, generó una atmósfera de ternura colectiva, sencilla, pero combativa.

Hace unos meses desde el Programa Kioscos Socioambientales hemos venido conociendo y acompañando a las comunidades vecinas de Santa Fe en la zona norte.  Convenimos con el sindicato en recuperar la historia de la última huelga a principio de año, donde la propuesta de la sesión fue que narraran su historia como si fuera una película, identificando quiénes son los actores, dónde está lo mejor, la parte más emocionante, dónde está lo que debería haberse “filmado” distinto o que hubiesen hecho distinto. Sus caras se iluminaron y la luz de estos relatos trajeron lluvia y sol al mismo tiempo, como simbolizando que a pesar de la dulce victoria, es amarga la impunidad con que las empresas siguen violando la ley y los siete acuerdos de las huelgas y cualquier sentido de humanidad.

Encuentro un profundo relato de amor, solidaridad y justicia que irradia las casas y baches, que abona los maizales, los yucales donde trabajan los despedidos del sindicato. Es en distintos patios y lugares comunes, donde engrosan las eficientes listas negras que aseguran el desempleo perpetuo. Contaban con emoción: —cuando no había comida, en las madrugadas aparecían burras de comida y café caliente, alguien ofrece su plata, también otro señor llegó desde Alajuela y repartió fruta, una distinta a la que se produce aquí. Nos puso en una fila y nos dio uvas, manzanas, bananos… y nos dice “el gordo”, sigan luchando que es muy justa su lucha—. Es en proveerse de comida fraterna, en café caliente de la madrugada y muchos detalles pequeños más, que este tejido no se rompe, por más despidos y persecuciones.

Aquí acabó la teoría y empezó una historia, la que estos trabajadores hacen y nos nacen en lágrimas de dignidad. Indispensable difundir a cuatro vientos para que pueda barrer la arbitrariedad y la explotación de “Diablales”, para que vuelva a ser un territorio no solo de Santa Fe, si no de justicia.

 



[1]  Revisión de textos y edición Marylaura Acuña; Rebeca Arguedas y Zuiri Méndez

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