Consolidar la exportación de energía ocasionaría graves impactos socio-ambientales

Mauricio Álvarez M. Ecologista y docente UCR nacion.com
En broma y en serio, así llaman los trabajadores del mismo ICE a los “estudios previos” para la construcción de la polémica represa El Diquís. Se trata, en realidad, de acciones previas: apertura de caminos, construcción de torres de alta tensión, extracción de materiales, desvío de quebradas, dragados, etc. Estas acciones que se están llevando a cabo no serán valoradas en un mismo instrumento de evaluación ambiental integral, como tampoco lo serán los trabajos realizados durante los últimos años en los que se ha venido gestionando el proyecto.

El megaproyecto El Diquís se está segmentando en pequeñas y medianas obras, lo que oculta el impacto real de la obra total y dificulta el cálculo de una relación costos-beneficios. Por ejemplo, el reasentamiento de más de 1.500 personas es, en la práctica, hacer un distrito nuevo en Buenos Aires con sus respectivas actividades económicas, servicios e impactos en las áreas de reasentamiento. Eso sin contar las 11 comunidades que viven del humedal Térraba-Sierpe: ¿a qué actividad y adónde serán trasladados? Ambientalmente, ¿qué implicación tendrá ese desplaza-miento? ¿Qué pasará con los otros usos de la cuenca abajo del proyecto, los canales de riego de Palmar Sur, o con la pesca o el significado histórico y cultural asociado al río? ¿Cómo fijar un precio a estas pérdidas?

También hay que incluir en el impacto global de la obra la serie de tajos o concesiones de material de río, necesario para la construcción de la represa, de caminos de acceso, campamentos y casas para 3.500 empleados. Cada una de esas actividades tendrá a su vez impactos ambientales que serán individualizados o invisibilizados en la ponderación total de la obra.

Endeudamiento y sedimentación. El primer estudio de impacto ambiental para el proyecto Boruca, realizado en 1975 por J. Tossi y F. Zadroga, determinó un impacto inevitable e irreversible sobre el humedal por las “alteraciones muy desfavorables en la ecología del delta en el río Grande de Térraba y mar vecino, en especial la pérdida de los efectos positivos de la sedimentación fluvial, la posible invasión por aguas saladas de la zona de cultivos, la pérdida de la productividad vegetal y animal de los manglares, esteros y mar vecino”.

Este no es simplemente un dato histórico. Según el ICE, la represa en construcción retendrá el 50% de los sedimentos que transporta el río Térraba al humedal, lo que provocará sin duda cambios drásticos en la costa, y, finalmente, la desaparición del humedal. ¿Qué sucederá entonces con los beneficios y los servicios ambientales provistos actualmente por el humedal Térraba-Sierpe, que la organización Earth Economics valoró en entre $250 millones y $2.500 millones, según diferentes variables (Semanario Universidad, 10/11/09)?

¿Qué impacto tendrá sobre el proyecto el deterioro de la cuenca ocasionado por las 10.000 hectáreas de piña, el cultivo extensivo de caña y demás actividades agrícolas? Ese impacto acumulado por años, ¿cuánta vida útil le quitará al embalse? Nos saldrá muy caro a nosotros y a los hijos de nuestros hijos endeudarnos por unos $2.000 a $2.500 millones (un 30% de nuestra actual deuda externa), mientras la represa –la segunda obra de ingeniería más cara de la región centroamericana, después del canal de Panamá– beneficiará solo a nuestros hijos.

Según el informe de La Comisión Represas (2000), los sobrecostos de las megarrepresas rondan un 60%; a esto habría que sumarle la complicación socio-ambiental y los gastos en los que tendrá que incurrir el ICE para “convencer” a los habitantes de la zona y del país en general.

Cambio climático y represas. Con el actual esquema de El Diquís, se inundarían 2.000 hectáreas de bosques: unas 10 veces el impacto de la mina en Crucitas. Ese bosque muerto y la materia orgánica que llegue por arrastre al embalse (descomposición) liberarán a la atmósfera dióxido de carbono y metano. Con la pérdida de cobertura del humedal, ¿cuánto CO2 se dejaría de fijar y cuánto será liberado al inundar la costa?

Según Iván Lima y sus colegas del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, el embalse de las grandes represas contribuye al menos al 4% del total del calentamiento global. Además, las represas son la principal fuente antropogénica de metano, gas de efecto invernadero 25 veces más potente que el CO2. Actualmente, los humedales son importantes sumideros de carbono alrededor del 40% del carbono terrestre del mundo.

Un estudio de Ríos Internacionales (www.internationalrivers.org) comparando las plantas hidroeléctricas, en particular las tropicales, con otras fuentes de generación de energía, llega a la conclusión de que el impacto ambiental de las represas con grandes embalses es mayor incluso que el provocado por las plantas más sucias de combustible fósil. El estudio asegura que “el promedio neto de las emisiones de los embalses tropicales supera el doble que el de las centrales convencionales de carbón”.

A estos estudios se suma el hecho de que el cambio climático está produciendo incrementos y reducciones de escorrentía, que deberán ser cuantificados para evaluar la factibilidad de la megaconstrucción. Estos extremos climáticos implicarán mayor sedimentación de los embalses, al incrementarse el arrastre de sedimentos, lo que reduciría la vida útil del proyecto. Además, el parque de generación sufrirá en estos eventos una depreciación o subutilización.

Consolidar la exportación de energía, sin una amplia discusión al respecto, ocasionaría graves impactos socio-ambientales. Entraremos en la carrera de pagar la represa y las líneas de alta tensión del SIEPAC (unos $400 millones) vendiendo energía, mientras llegamos a equiparar la oferta y la demanda de los primeros años. Y después seguirán todos los territorios indígenas, después parques nacionales, para al final quedarnos sin energía, recursos e identidad cultural.

Energía “barata” hoy es igual al oro de Crucitas: muchas ganancias rápidas pero impactos y costos acumulados, invisibilizados y transferidos al ecosistema y a las futuras generaciones. Estas preguntas y muchas otras alimentan un necesario debate sobre cómo hacer sustentable nuestro modelo energético.

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