Por Juan Manuel Villasuso
La defensa de los recursos naturales conlleva una enorme responsabilidad y debe ser una tarea permanente de las personas, las organizaciones sociales y el gobierno. La degradación y destrucción del medio ambiente tiene consecuencias que se expresan en el mediano y largo plazo y en la mayoría de los casos los daños resultan irreparables. Los efectos negativos para las futuras generaciones son inconmensurables.

Aun y cuando de manera inmediata haya personas que puedan beneficiarse con la explotación irracional de los bienes que nos ofrece el entorno natural, las valoraciones que se hagan de los proyectos que de manera radical alteran los ecosistemas deben trascender los intereses de unos pocos para enfatizar el bienestar y el porvenir colectivo.

Costa Rica ha sido un país excepcional en muchos campos, pero hay uno que resulta particularmente singular: el desarrollo de una cultura cívica que aprecia, valora, ama y defiende la Naturaleza. Desde muy niños aprendemos a respetar y a querer la flora y la fauna que nos rodea; aprendemos a apreciar el bosque, la tierra y el aire; y aprendemos a reconocer y a defender el derecho y la obligación que tenemos de evitar que nuestra biodiversidad sea depredada.

En el año 1968 el mundo occidental vivió la agitación de la juventud. Fue una explosión de algarabía y de utopía. Desde París hasta la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, transitando por Berkeley y Berlín, los jóvenes alzaron su voz para protestar contra la guerra de Vietnam y a favor de los derechos civiles, mayores espacios de libertad individual y reivindicaciones sociales para los menos favorecidos.
Costa Rica también tuvo su gesta del 68. Fue en 1970. Pero las manifestaciones y la indignación no fueron contra la guerra ni las demostraciones se vieron acompañadas por la retórica o la música de Rudi Dutschke, Daniel Cohn-Bendit o Joan Baez. Las llamadas “jornadas de Alcoa”, cuyo momento culminante fue el 24 de abril de 1970, nacieron del corazón verde de los estudiantes costarricenses y estuvieron vivificadas por las notas de la Patriótica.
Fue una emoción que surgió de manera espontánea y fue creciendo con la participación de la dirigencia estudiantil que tomó conciencia de que una parte del territorio nacional (Valle de El General) sería explotada para extraer bauxita, sin que se hubiera ponderado adecuadamente el daño que eso causaría y cuales serían las medidas remediales indispensables para mitigar el perjuicio, si es que ello era posible.
La concesión que se iba a entregar a la empresa Alcoa (Aluminum Company of America) por medio de un contrato-ley se veía como un atropello a la soberanía nacional y hacía recordar los tiempos de la compañía bananera, que con el expediente de la creación de puestos de trabajo imponía condiciones adversas al Estado costarricense.

Estamos cumpliendo cuatro décadas desde Alcoa. Muchas cosas han cambiado. Algunas para bien. Ahora existe mayor conciencia del inestimable valor del medio ambiente, de los peligros del cambio climático y de la incalculable valía de nuestra biodiversidad.
Sin embargo, los intereses que trajeron a Alcoa a Costa Rica no han cambiado. Son los mismos que se ocultan en los mercados especulativos, en los pliegues de la economía de casino y en los negocios impulsados por la codicia. Son los que en forma globalizada explotan los recursos naturales sin pensar en el mañana y están dispuestos a cualquier cosa sin importar las consecuencias.

Ayer se llamó Alcoa. Hoy se trata de Crucitas.

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