José Julián Llaguno Thomas, Docente Kioscos Socio ambientales

Sentados en la entrada de una casa en Playa Negra de Puerto Viejo lo vimos por primera vez acercarse. Era el año 2008 y mi compañero Moisés y yo nos preparábamos para recibir a diferentes lideres y liderezas del cantón de Talamanca que habían recorrido toda la provincia de Limón para conversar con la gente sobre las consecuencias negativas de un tratado de libre comercio con Estados Unidos.

A pesar de que el No perdió el referéndum a nivel nacional, en Talamanca habían tenido una victoria aplastante, mas del 90% dijo No al TLC. Este era un lugar privilegiado para estar y teníamos la dicha de desarrollar talleres sobre las amenazas y las alternativas sociales que estaban construyendo estas personas desde hace muchos años, al fin al cabo los pueblos bribri y cabecar llevaban un poco mas de 500 años en esta labor.

Lo vi acercándose a la casa en donde se iba a desarrollar el taller, se veía alegre y sereno. Botas de hule, un jeans azul, una camiseta con algún mensaje y una gorra del Che Guevara era su atuendo acostumbrado. A penas nos sentamos a conversar me empezó a hablar de Venezuela y del proceso de cambio que se llevaba en ese país desde que Chavez era Presidente. Aunque yo personalmente nunca he sido un admirador de los caudillos y menos si son militares, lo escuche con atención y estuvimos conversando un gran rato sobre todo lo que pasaba en América Latina. A partir de ese momento, esas tertulias políticas y sociales se repetirían cada 15 días mas o menos en los próximos 6 años.

Sin darme cuenta, con el paso del tiempo fui ganando a un amigo, un compañero, un camarada y sobre todo a un maestro. Esta es la razón, por la que en este día hemos preparado este pequeño homenaje a una persona que nos han llenado de fuerza, esperanza, alegría y mucha reflexión. Desde un rincón llamado Punta Uva, localizado en Sixaola de Talamanca, este Che Guevara contemporáneo realiza su propia utopía campesina. Un bosque rodeado de muchos cultivos, arboles y animales son su hogar. Con una casa hecha con sus propias manos, sin luz eléctrica, teléfono o Internet. Una pequeña guarida protegida por enormes árboles de Ceiba, rodeada de ríos y cuidada por jaguares en las noches, esta porción de tierra es un ejemplo vivo de lo que queríamos hacer muchas personas en ese lugar, aprender, intercambiar y sobre todo poner en practica la vida frugal, justa y natural.

Siempre llegaba de primero a todas las actividades, aunque tuviera que caminar una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta para llegar a su casa. Su gorra del Che siempre lo acompañaba y le brillaban los ojos cuando yo o alguna otra persona le preguntaba por los acontecimientos recientes. A partir de ese momento, se activaba su memoria y empezaban las cátedras de historia latinoamericana, porque al final así es una conversación con Ramón Abarca Chaves, ese Che Guevara campesino que vive en Punta Uva. Cuba, Nicaragua, El Salvador, México y Chile eran los países que mas recordaba, todos escenarios de grandes torbellinos revolucionarios en el siglo XX y donde Roberto, que es el nombre por el que todo el mundo lo conoce, había estado varias veces y de distintas maneras colaborando con los procesos de cambio.

Sus principales influencias ideológicas eran su abuela y Jesús, que con una gran salpicada de Marx, Che Guevara, Zapata y Sandino, formaban una particular visión de la vida que podía acercarse bastante a la teología de la liberación; esa filosofía que tanto influenciado a muchas familias campesinas en América Latina a tomar el destino en sus manos y tratar de compartirlo con el prójimo. Hablar con Roberto sobre nuestro continente era una increíble forma de transmitir esa memoria de lucha, de esperanza y de alegría, que tantos pasajes dolorosos ha construido en las huellas de nuestros antepasados. Su visión ideológica, su identidad campesina y su carisma organizativo, lo han convertido en una persona muy querida y solicitada como consejera política y muchas veces hasta existencial.

Hoy que su salud se ve quebrantada por el paso del tiempo y de la intensa vida militante que ha llevado por mas de 60 años, queremos dejarle estas palabras de gratitud, de amistad, de cariño y de profundo respeto, por ser nuestro maestro, nuestro compañero, nuestro camarada y nuestro amigo. Pocas veces en la vida, uno tiene la suerte de encontrarse a una persona con tantas facetas diferentes. Ramón en su carnet de ciudadano, Roberto entre la gente conocida, el Che entre sus amigos y amigas cercanas y Lautaro del Valle entre sus camaradas de combate, pero sobre todo un campesino como el siempre orgullosamente lo ha manifestado.

Valga este reseña para reconocer sus aportes como militante en el Partido Comunista de Costa Rica, como sindicalista en las bananeras de Limón, como dirigente de base en los comités de tierra, como campesino agro-ecológico en su finca, como maestro de matemáticas, estudios sociales, español y biología, como líder espiritual sin Iglesia y sobre todo como compañero de tantos jóvenes soñadores que como yo y mis compañeros y compañeras, hemos compartido un pequeño trayecto de su largo camino.

Que sean estas palabras una invitación a recuperar la memoria de nuestro pueblo que desde muchos rincones de Costa Rica, se activa para convocar a las luchas pasadas y presentes, para construir un futuro digno de ser vivido en todo su esplendor de libertad. Y sobre todo para recordarnos que en el “país mas feliz del mundo” también existe mucha injusticia, pero también mucha dignidad y fuerza que se mueve cada segundo, en cada rincón de este territorio. A Roberto y todos los amigos y amigas que trabajan la tierra, les quiero dejar un testimonio de mi gratitud para ayudarnos a hacer crecer esta pequeña parcela de libertad, creatividad y amor por la humanidad.

A ustedes y todas las personas que nos acompañan hoy gracias! Salud, amor y libertad!

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